El baño medieval

El baño fue durante toda la Edad Media una práctica muy extendida, sobre todo desde la época de las Cruzadas. Se veía en él, sobre todo en el baño caliente, que era el más gustado, tanto un motivo de placer como una práctica sanitaria e higiénica, aunque se tenían en gran estima, en cuanto a su eficacia, los baños medicinales y las aguas curativas. Es cierto que se habían dejado derrumbarse las grandiosas termas romanas; en las míseras «casa de baños» de la Edad Media casi no se veían más que grandes tinas, en las que se metían juntos, no pocas veces, el hombre y la mujer; la gente jugaba en el baño, comía, bebía y cantaba. La Edad Media tomó, además, de los eslavos los baños de vapor. A fines de la era medieval creció la institución del baño y los placeres relacionados hasta que, a consecuencia de la sífilis, que las casas de baño contribuyeron a propagar, y del excesivo consumo de leña que llevaban aparejado, sobrevino un súbito retroceso. Mucha gente se entregó ahora a los baños de aguas minerales en los manantiales vivos, a los que se atribuían sobre todo virtudes medicinales, aunque se quería seguir encontrando en ellos, muchas veces, los mismos placeres que antes se gozaban en las casas de baños.

Los hombres limitan los cuidados de embellecimiento a las grandes sudadas deportivas, a las abluciones y al masaje que las siguen, al uso del peine y de la navaja para los cabellos y la barba de acuerdo con los cánones de la moda. Y eso es todo lo que soporta la virilidad, si se le añaden algunas lociones.

La piel limpia, lisa, brillante, y todo el cuerpo en proporción, es el resultado de repetidos baños y de un prolongado esfuerzo, que los ungüentos se ocupan de perfeccionar.

La gente suele bañarse de dos maneras: en el agua del baño o en el vapor de la estufa, sola o por grupos. Cuando uno se baña a domicilio, el baño se prepara en la alcoba, cerca del fuego que sirve para calentar el agua. La pieza fundamental para el baño era la duerna o tina de madera, la cual se cobijaba bajo cortinillas y, a veces, se forraba en su interior con lienzos, para que su textura resultase más suave, uniforme y grata al tacto. En el agua se echan plantas olorosas, según una receta de Galeno, y se rocía al bañista con pétalos de rosa.

En el campo, la práctica del baño no se halla menos extendida que en la ciudad. Dentro de casa o fuera de ella, uno se encoge en un balde de agua caliente, bajo una sábana extendida que conserva el calor y convierte el baño en baño de vapor. También pueden bañarse a la vez dos personas, o varias: la hospitalidad y la sociabilidad favorecen los rituales, por ejemplo el baño de los vendimiadores o el que toman juntos, la víspera de la boda, el novio con sus compañeros de juventud, y la novia con sus amigas.

Fuera de casa se acudía con frecuencia a los establecimientos, a veces administrados por la comunidad. Entre ellos los había que añadían a las abluciones la cura termal.

Al norte de los Alpes, la práctica de la estufa es muy antigua y está muy difundida. La sauna es una costumbre muy divulgada en el mundo eslavo y germánico; en la mayor parte de las aldeas, la estufa, señala por la muestra de haz de ramas frondosas, funcionaba algunos días de la semana.

Un poema épico austriaco de finales del siglo XIII, describe con gran lujo de detalles todas las fases del baño de vapor que toman juntos un caballero y su criado, entre otros. En cuanto el encargado del baño hace sonar la trompa, la gente afluye, descalza y desceñida, con la camisa de baño o la bata al brazo; se acuesta sobre los bancos de madera, en la penumbra del vapor, alrededor de las piedras calientes que se rocían con agua cada cierto tiempo, a la vez que las masajistas, con ungüentos perfumados, llevan a cabo su labor sobre la espalda, los brazos y las piernas, y cada uno se frota el cuerpo con cenizas y jabón o activa la sudación a fuerza de ramalazos. Luego viene el peluquero, que arregla la barba y el pelo; y finalmente se pone todo el mundo su bata para tenderse en un lecho en una pieza vecina con sábanas perfumadas.

En la novelística hay una fuente de primer orden para ilustrar las costumbres y la mentalidad de la sociedad medieval. Por cuanto respecta al servicio ofrecido en las estufas, es significativo el cuento del Decamerón .

Del blog Caballero y Espada.

 

Otro enlace interesante: http://opusincertumhispanicus.blogspot.com.es/2016/03/la-higiene-desde-la-edad-media-hasta-el.html

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