Enfermedades de los peregrinos.

No existen muchos datos sobre los males que atacaban a los peregrinos, o los que traían consigo, porque los libros de los hospitales sólo indican la muerte de los mismos, sin hacer referencia a su causa. En todo caso quedaría como muestra anotado el nombre del enfermo con una somera reseña de su nombre y procedencia con la frase «enfermo ó entró a curarse» ; por lo que es ardua la labor de averiguación en este campo.

El texto más antiguo que relata las dolencias de los caminantes vuelve a ser el Códice Calixtino, donde hace referencia diferenciada de las curaciones que puede realizar el Apóstol, y aquellas particularizadas en un régimen médico más especializado. Con respecto a la capacidad de multiterapeuta que tenía Santiago se podrá comprobar en el texto la inmensa gama de sus posibilidades, que animaba a cualquier enfermo a aventurar el Camino cara a Compostela «… devuelve (Santiago) la vista a los ciegos, el paso a los cojos, el oído a los sordos, el habla a los mudos, la vida a los muertos y curaba a las gentes de toda clase de enfermedades para gloria y alabanza de Cristo …». Claro está que hay que entender la cita en el sentido salutífero-taumatúrgico del santo, más que en el aspecto médico, que es excesivamente voluntarista.

En otro apartado más conciso del Códice aporta datos más fidedignos, pero que también tienen un alto índice de irrealidad al parecer copiados de algún tratado médico de la época, por la gran concisión y exactitud de las enfermedades. Entre las enfermedades de la piel cita a la lepra y la sarna; del sistema nervioso a los frenéticos, maniosos, paralíticos, tremulosos, energúmenos, lunáticos; de la vista a los scotomáticos, albuginosos y epiforosos; de los enfermos de orina y riñón, a los estranguiriosos, dissuriosos y nefríticos; de las afecciones pulmonares a los flegmáticos, tísicos; de los artríticos a los artéticos, podrágicos, neumosos; del estómago, a los estomáticos, disentéricos; del hígado, a los coléricos, hepáticos e ictéricos. Poco resuelve esta enumeración el problema específico de los peregrinos al atribuirles casi todas ellas enfermedades de la época, pero seguro que se quiere indicar la conciencia de las enfermedades que pudieran afectarles, que algunos tratarían de curar en Compostela o las adquirirían en el Camino.

A todas ellas habría que añadir las propias del Camino, como las caídas y golpes con traumatismos graves, las mordeduras de los distintos reptiles y animales que encontraban a su paso, las lesiones en los pies por las largas etapas, las derivadas de los fríos y calores que habrían de afectar a las vías respiratorias y deshidrataciones, a las debidas al exceso o falta de humedad que agraviaban los estados de salud de los peregrinos. Además debían de ser víctimas propiciatorias de cosas tan comunes como el cambio de régimen alimenticio de las zonas por donde pasaban, que les habían de producir trastornos estomacales, estados de debilidad y trastornos gástricos que habían de acabar en «…fiebres pútridas y malignas, fiebres petequiales, reumáticas, mesentéricas, fluxos de vientre, dolores cólicos, pulmonías, anginas espúreas …», como se cita en el Hospital Real de Santiago en 1760, con ocasión de un año de crisis alimentaria.

Todo ello debía verse aumentado en las aglomeraciones que sufrían en albergues y hospitales, sometidos a los contagios y epidemias de las épocas, que por falta de higiene habrían de complicar aún más el panorama sanitario del viandante. Aunque todo dependiera de la naturaleza e importancia del hospital, los contagios harían estragos entre los peregrinos, a pesar de haber normas muy concretas para erradicarlos, pero la suciedad y la enfermedad se alojaban en los cuerpos y en las indumentarias, siendo preciso una higiene integral que no existía.

El panorama de salud y enfermedades, que es conciso para la Edad Media, no puede ser concreto para el Camino de Santiago, por falta de la precisa documentación, incroncreciones de algunas y poca realidad aplicada. Pero indica la posibilidad de enfermar que tenía el peregrino, y por la que podía hacer el Camino a Santiago, pidiendo su curación o adquiriéndola en el transcurso de su peregrinación. Poco más podemos aportar en lo por mi hasta ahora consultado.

Fuente: Sapiens.ya.com

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Los caminos:
Los caminos estaban instalados, en muchos casos, sobre viejas calzadas romanas y caminos  ya existentes. Eran viejas vías militares, económicas, de ordenación del territorio, usados ya por todas las civilizaciones anteriores a las medievales, que fueron abandonados durante la invasión musulmana, y reutilizados una vez que la frontera de la reconquista baja más allá del Duero. El trazado de esos viejos caminos se había ejercido con un criterio similar para todos ellos, facilidad del relieve y comodidad de vados. Lo mismo que haría hoy un ingeniero de caminos que tuviera que realizar un nuevo camino. El mercader encuentra muchos obstáculos a lo largo de los caminos de tierra y de agua por donde transporta sus mercancías.

Ante todo, obstáculos naturales. En tierra, hay que atravesar las montañas por caminos que, si bien no tan malos como se ha dicho a veces y más elásticos que los caminos empedrados y pavimentados de la Edad Antigua, son, sin embargo, muy rudimentarios. Si pensamos que las grandes rutas del comercio norte-sur han de cruzar los Pirineos y sobre todo los Alpes (más permeables al tráfico, pero de dificultades multiplicadas por el volumen muchos más considerable de las mercancías) nos damos cuenta en seguida de los esfuerzos y riesgos que representaba, el transportede un cargamento desde Flandes a Italia. Y no debe olvidarse que, si bien en ciertos tramos se utiliza lo que pueda subsistir de las vías romanas, y en algunos itinerarios se encuentran carreteras de verdad, la mayoría de las veces los caminos medievales a través de campos y colinas no son otra cosa que «el lugar por donde se pasa». A eso hay que añadir las insuficiencias del transporte.

Sin duda los progresos realizados en los medios de acarreo a partir del siglo X fueron una de las condiciones técnicasfavorables, si no imprescindibles, para el desarrollo del comercio; pero, en los caminos sin pavimentar, los resultados de estos adelantos fueron muy limitados. Por eso, junto con los pesados carros de cuatro ruedas y las carretas más ligeras de dos ruedas, los animales de carga (mulas y caballos) con sus albardas y sus sacos fueron los agentes usuales de transporte.

Agreguemos a eso la inseguridad, los bandidos, los señores feudales o las ciudades ávidas de allegar recursos por medio del simple robo o por la confiscación más o menos legalizada de los cargamentos de los mercaderes. Agreguemos muy especialmente, quizás (por ser más frecuentes y más regulares) los impuestos y derechos, peajes de todas clases que los innumerables señores feudales, las ciudades o las comunidades cobraban por pasar un puente, un vado o por el simple tránsito a través de sus tierras, en tiempos de extremo parcelamiento territorial y político.

Las vías fluviales:  Donde la navegabilidad de los ríos lo permite, se practica en gran escala el transporte de la madera por flotación y de las demás mercancías mediante barcas chatas. A este respecto, hay tres redes fluviales que por la importancia de su tráfico deben destacarse: 1) La de Italia del N. que con el Po y sus afluentes constituía la mayor vía de navegación interior del mundo mediterráneo. 2) El Ródano, prolongado por el Mosela y el Mosa, que fue hasta el S. XIV el gran eje de comercio entre norte y sur. 3) El enrejado que forman los ríos flamencos, completado a partir del S. XII por toda una red artificial de canales y de pantanos-exclusas. Debemos añadir la vía Rin-Danubio, ligada al desarrollo económico de la Alemania central y meridional.

 

Las vías marítimas:Pero es el transporte marítimo el medio por excelencia del comercio internacional medieval, el que hará la riqueza de estos grandes mercatores que son quienes nos interesan en particular. También en ese terreno los obstáculos siguen siendo grandes.
En primer lugar, tenemos el riesgo del naufragio y la piratería. Esta última actuó siempre en gran escala. Primero fue obra de marinos particulares que la practicaban alterándola con el comercio. Estos marinos, para el desarrollo de su actividad establecían verdaderos contratos que aseguraban su parte de beneficio a los honorables comerciantes que financiaban sus empresas. Obra también de las ciudades y del los Estados, en virtud del derecho de guerra o de un derecho de pecio ampliamente interpretado; y si bien este jus naufraggi pronto fue abolido en el Mediterráneo siguió existiendo durante mucho más tiempo en el dominio nórdico, practicado especialmente por ingleses y bretones a lo largo de una tradición ininterrumpida que conduciría a la guerra de corso de los tiempos modernos. Solamente las grandes ciudades marítimas pueden organizar convoyes regulares escoltados por naves de guerra.
Otro obstáculo es la poca capacidad de las naves. Desde luego, la revolución comercial y el crecimiento del tráfico hacen que aumente el tonelaje de las naves mercantes. Pero los pesados koggen hanseáticos adaptados al transporte de mercancías voluminosas y pesadísimas y las grandes galeras de comercio italianas, aunque alcanzan el millar de toneladas a fines de la Edad Media, no representan en conjunto más que un escaso tonelaje. La mayoría de las naves tenía menor capacidad: los koggen hanseáticos que transportaban lana inglesa y el vino francés o alemán por el mar del Norte y el Báltico, las carracas genovesas o españolas cargadas de especias y las naves rápidas venecianas que iban a buscar el algodón a los puertos de Siria y Chipre, raramente superaban las 500 tn.
Otro inconveniente es la escasa velocidad de esa navegación. A partir del S. XIII, la difusión de inventos como el timón de codaste, la vela latina, la brújula y los progresos en cartografía, permiten disminuir las trabas que significaron en la Edad Media el anclaje nocturno, el paroen invierno durante la época de vientos y el cabotaje a lo largo de las costas. Todavía a mediados del S. XV el ciclo completo de una operación de un mercader veneciano (llegada a Venecia de especias de Alejandría, reexpedición a Londres y regreso con estaño a Alejandría y nuevo cargamento de especias para Venecia) dura dos años enteros. El mercader precisa de paciencia y capitales. Por lo demás, el costo del transporte por mar es infinitamente más bajo que el transporte por tierra: el 2% del valor para la lana o la seda, el 15% para los granos y el 33% para el alumbre.

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Todo el tránsito por tierra se hacía a lomos de animales: caballos, mulas, camellos; o en los carruajes tirados por esos mismos animales, en las pocas carreteras que había. Pero el transporte de grandes mercancías se hacía por mar, o por vías fluviales; con las cocas en la Edad Media, las carabelas de unas 300 toneladas de carga, o el bajel, de más de 500 toneladas.

El transporte por tierra era de mercancías ligeras y de alto valor añadido, mercancías y personas. Normalmente los circuitos en los que se movían los artículos eran cortos, ya que no solían sobrepasar el ámbito interregional. Era llevado a cabo por arrieros profesionales especializados, que durante muchos siglos se agruparon en torno a gremios privilegiados. El transporte de mercancías pesadas y voluminosas requería más medios. También solía tener circuitos cortos, de ámbito local o regional, que dependían de las ferias y los mercados. Este transporte era responsabilidad de personas vinculadas al pueblo productor, que, de manera temporal y de forma estacional, al finalizar las tareas agrícolas se dedicaban al comercio, por turnos, entre los jóvenes y adultos del pueblo. Pero también habrá transporte de larga distancia, con productos de poco peso y alto valor añadido.

Existían por entonces dos tipos de vías: los caminos de herradura, por los que sólo podían circular: mulas, bueyes, caballos y personas; y las carreteras, por las que podían circular los carros. Las carreteras eran escasas, y sólo unían las principales ciudades. Eran caminos inseguros.

calzada medieval

Calzada medieval.

Cantares de gesta hispánicos

Aunque sólo se nos han conservado de forma más o menos completa tres cantares de gesta (Cantar de mio Cid, Cantar de Roncesvalles y Las Mocedades de Rodrigo), en las crónicas quedan vestigios de otros títulos:

Ciclo cidiano:

  1. Las Mocedades de Rodrigo.
  2. Cantar de Sancho II.
  3. Cantar de mío Cid.

Ciclo de los condes de Castilla:

  1. Poema de Fernán González.
  2. Los Siete infantes de Lara.
  3. La Condesa traidora.
  4. Romanz del infant García.

Ciclo carolingio:

  1. Cantar de Roncesvalles.
  2. Mainete.
  3. Bernardo del Carpio.

Cantares de gesta. Los protagonistas.

Las figuras centrales de los cantares de gesta son héroes históricos cuya empresa y cuyas hazañas suscitaron la admiración y el orgullo nacional, como lo son Carlomagno para Francia y el Cid Campeador para Castilla. La epopeya divulga en primer lugar y ante todo los hechos del protagonista en una etapa cumbre y decisiva de su vida: el Carlomagno de Roncesvalles y el Cid del destierro. Pero con esto no queda satisfecha la curiosidad del público, que quiere conocer lo que sucedió antes y después, los orígenes y las consecuencias de lo más sabido, y los juglares han de responder a este deseo. De ahí que las gestas se vayan extendiendo y organizando en ciclos -como en la epopeya griega-, o sea en acumulación de cantares de épocas diversas, cuyo conjunto viene a convertirse en una especie de historia poética de héroes o de linajes de héroes. La pura invención invade cada vez más el campo de la tradición nacida de la historicidad, y así surgen cantares sobre la infancia o juventud de los héroes, con datos ahistóricos y fabulosos, como los que poseemos sobre las mocedades de Carlomagno (Berta, Mainet, Basin) y sobre el Cid Campeador (el Rodrigo), en los que a veces otras leyendas, producidas por la biografa de personajes distintos al héroe en cuestión, se incorporan a estos nuevos cantares y se engarzan con los primitivos. Es una labor en la que son muchos los que colaboran, que dura dos o tres siglos, y que da como resultado unos largos relatos que semejan una interminable novela de episodios en la que el residuo histórico se va diluyendo cuanto más se alarga y en la que es patente el influjo de la novela de aventuras de caballeros, que ha surgido en la segunda mitad del siglo xii. Estos extensos relatos épicos, que pronto se trasladaron a la prosa, constituyen en algunos casos un maravilloso esfuerzo de imaginación y de poesía, pese a sus absurdidades y a la desmesurada longitud que adquieren en ciertos casos.

Los juglares. Cómo recitaban.

El recitado juglaresco era extraordinariamente libre y amoldable. El juglar no estaba obligado a someterse aun texto determinado y fijo, sino que, según los gustos del público ante el que actuaba o según sus personales predilecciones, alargaba o acopaba la narración, inmiscuía escenas o versos, recargaba el dramatismo de ciertos pasajes o interrumpía el relato para pasar el platillo, anunciando al auditorio que no narraría el final de una aventura si no se mostraba generoso con él, o bien, al ser la hora avanzada, convocaba a los que le escuchaban para el día siguiente, en el que pensaba dar término al recitado del cantar iniciado.

 El juglar recitaba de memoria, pero cuando ésta le fallaba era capaz de improvisar en verso y seguir así el relato del cantar, pues disponía de una serie de recursos y de fórmulas que le permitían versificar oralmente. Todo ello supuso una variada movilidad del texto de las gestas, nunca fijo y definitivo como puede ser el de una obra de creación culta (la Eneida o La Araucana, por ejemplo), similar, sin duda, a las manifestaciones tradicionales de las epopeyas griegas y germánicas primitivas.

Cantares de gesta

Las epopeyas románicas se denominan cantares de gesta (en francés chansons de geste), del latín gesta, «hechos, hazañas». Suponían recordar pasadas acciones gloriosas de las que se podía enorgullecer una familia. Los cantares de gesta conservados llegan al centenar, una gran mayoría en lengua francesa, con diversas peculiaridades (francés de la isla de Francia, picardo, anglonormando, francoitaliano, etc.), y otros, en ínfima proporción en provenzal y en castellano. La extensión de estos cantares es muy irregular: oscila entre los ochocientos y los veinte mil versos, si bien los de mayor longitud suelen ser tardíos y presentar contaminaciones con la novela. 

Los cantares de gesta no se componían para ser leídos, sino para ser escuchados. De divulgarlos se encargaban unos recitantes llamados juglares, que se solían acompañar de instrumentos de cuerda y que ejercitaban su misión frente a toda suerte de público, tanto el aristocrático de los castillos como el popular de las plazas, de las ferias o de las romerías. Consta, como más adelante tendremos ocasión de considerar, que antes de trabarse batallas los juglares entonaban versos de gestas a fin de enardecer a los combatientes.  

Historia poética 

El cantar de gesta  tiene un fondo histórico cierto, al que es más o menos fiel. Esta fidelidad a la exactitud histórica de lo narrado reviste una serie de matices, que van desde aquellos cantares que casi son una crónica rimada hasta aquellos otros cuya historicidad queda tan reducida que casi parecen una obra de pura imaginación. Por lo general, cuanto más remoto es el asunto de una gesta, más pesan en ella las versiones tradicionales y legendarias de los hechos y más se aparta de la realidad histórica, al paso que, cuando relata hechos sucedidos en un pasado próximo, la fidelidad a lo que realmente acaeció es mayor, entre otras razones porque el público que ha de escuchar los versos conoce con más precisión el asunto y sus personajes. Por otra parte, cuando la gesta tiene por escenario las mismas tierras en que se desarrollaron los acontecimientos que poetiza, suele mantener unos datos geográficos, ambientales y sociales mucho más fieles a la realidad que aquellas gestas que transcurren en países lejanos y exóticos. Ya veremos con detalle que estas dos modalidades de cantares de gesta se pueden cifrar en el Cantar de Roldán francés, alejado en el tiempo y en el espacio de la batalla de Roncesvalles, y el Cantar del Cid castellano, tan próximo al tiempo y al lugar en que obró y vivió Rodrigo Díaz de Vivar.

 Los cantares de gesta son algo así como la historia al alcance y al gusto del pueblo. El hombre docto se enteraba de los hechos del pasado leyendo crónicas y anales en latín, y quedaba su curiosidad satisfecha con el dato frío y escueto. El hombre iletrado precisaba de alguien que le expusiera de viva voz la historia, de la cual lo que le interesaba era lo emotivo, sorprendente y maravilloso y la idealización de héroes y guerreros a los que se sentía vinculado por lazos nacionales, feudales o religiosos.  

Cantos noticieros y juglares.  

La crítica debate desde hace siglo y medio cómo se generaron estos relatos más o menos históricos que son los cantares de gesta, y hay quien sostiene, con argumentos muy dignos de consideración, que determinados acontecimientos, sobre todo grandes campañas militares o significativas acciones de guerra, suscitaron inmediatamente cantos que narraban sus trances más salientes o las hazañas de los guerreros más famosos, con la finalidad de informar de ello a una colectividad vivamente interesada: breves composiciones en verso que podríamos comparar, en cuanto a su finalidad informativa, a los modernos reportajes periodísticos, y no en vano relatos de este tipo eran denominados en Castilla «cantos noticieros». Muchos de estos presuntos relatos versificados debieron de conservarse en la memoria popular y en la tradición juglaresca hasta convertirse en cantares de gesta.

 Lo importante es la actitud literaria del juglar de gestas. Frente a los datos que le ofrecen la historia y la tradición, se adjudica una libertad creadora que le permite construir un relato versificado, con su planteamiento, nudo y desenlace, y entretenerse en la caracterización de los personajes, en las descripciones y en el diálogo. Tiene que hacer concesiones a los gustos del público -que también son los suyos-, dejando paso libre al elemento maravilloso y a la pormenorizada descripción de batallas, de combates singulares y del atuendo guerrero. Este último aspecto se hace fatigoso al lector actual, que a veces no acierta a comprender la razón de tan prolijas descripciones bélicas; pero no debe olvidarse que el público medieval advertía matices y detalles importantes en lo que hoy puede parecernos uniforme y repetido, y la descripción minuciosa de determinado golpe de espada o del procedimiento de desarzonar al adversario con la lanza les interesaba tanto como puede apasionar a nuestros contemporáneos un lance especial de una corrida de toros o una jugada notable en una competición deportiva.

Arte oral.  

Parece evidente que en una época remota las gestas fueron creaciones orales sin forzosa transcripción a la escritura, y ello lo corrobora la existencia en tantos países del mundo de canciones populares, incluso narrativas, como gran parte del romancero castellano, que se han conservado oralmente y sin necesidad del apoyo de un texto escrito. Pero si hoy conocemos cantares de gesta, lo debemos exclusivamente a que hubo amanuenses que los copiaron en manuscritos, y entre estos manuscritos hoy conservados hay un pequeño número que se denominan juglarescos porque constituían el memorándum o libreto del juglar, con los cuales éste refrescaba la memoria antes del recitado o aprendía cantares que hasta entonces le eran desconocidos. Los preciosos manuscritos del Cantar de Roldán (de Oxford) y del Cantar del Cid (de Madrid) son de pequeño formato, escritos sobre un pergamino aprovechado y con la finalidad de ser útiles a un juglar, y en modo alguno constituyen un libro de lectura.

Fuente

Wikipedia