El Cid y la batalla de Alcocer.

Entre la historia y la leyenda. Así permanecía hasta ahora la batalla de Alcocer. Una contienda en la que Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador tomó con una curiosa treta una fortaleza inexpugnable ubicada cerca del Jalón. Todo ello, después de ser desterrado por el rey Alfonso VI. Según el «Cantar del Mio Cid» . El líder militar, al ver que no podía conquistar la plaza, decidió fingir una retirada. Para ello, levantó todo su campamento menos una tienda y, cuando los musulmanes se acercaron a investigar (dejándose las puertas de la fortaleza abierta) él y sus hombres les atacaron. El plan salió a pedir de boca.

Hasta ahora, se consideraba que la batalla de Alcocer había sido imaginada por el autor del cantar. Sin embargo, un nueva investigación desveló el pasado fin de semana que de mitológica no tuvo nada, y que -al menos- se sucedió. Y es que, una excavación llevada a cabo en Zaragoza acaba de descubrir un material hispano musulmán de entre los siglos XI y XII que podría pertenecer al asentamiento que asedió el Campeador. La contienda, curiosamente, no se ubica así en Alcocer (Guadalajara), el pueblo que cuenta con el mismo nombre que el mítico enfrentamiento.

Por todo ello, hoy recordamos los pormenores de esta batalla y cómo se sucedió según los textos antiguos.

Para suerte cristiana, cuando el Cid empezó a levantar su espada contra los musulmanes estos andaban dándose de mandobles entre sí. Estaban divididos en multitud de reinos llamados «taifas». Cada uno de ellos, dirigido por un líder diferente ansioso por aplastar a sus compatriotas para evitar que adquiriesen poder.

Como explica José Luis Martín (catedrático de Historia Medieval) en su dossier «La espada de Castilla», los árabes eran «incapaces de unirse frente a los cristianos», también pagaban tributos a sus enemigos para que no hicieran expediciones de castigo contra ellos.
«Para evitar sus ataques necesitaban pagar la protección de los cristianos, y reunían el dinero mediante una mayor presión fiscal que, con frecuencia, daba origen a motines y revueltas que eran dominadas nuevamente con ayuda de las tropas cristianas», añade el experto. Esto provocaba, a su vez, que los líderes musulmanes se vieran obligados a pedir todavía más dinero a los seguidores de Cristo. Algo que les convertía en deudores (todavía más si cabe).

Este curioso sistema económico (conocido como el de impuestos o «parias») fue de sumo interés para los reyes hispanos inmersos en la Reconquista desde el norte. Y es que, a los cristiano les permitía obtener un oro que ahorraban para, posteriormente, crear su propio ejército y avanzar sobre las mismas poblaciones musulmanas que les pagaban.

Desterrado el Cid, se vio obligado a ir de ciudad en ciudad alquilando su espada y la de sus hombres al mejor postor. «Pasó los cinco años siguientes como soldado mercenario al servicio del gobernador musulmán de Zaragoza. En el transcurso de ellos, Rodrigo siguió adquiriendo fortuna y renombre», explican los autores Richard A. Fletcher y Javier Sánchez García-Gutiérrez en su obra «El Cid». Fue precisamente en la jornada 16 de este destierro cuando el Cid llegó a la ciudad de Alcocer.

Alcocer y el campamento
A partir de este punto es en el que la mitología supera a la realidad y la fuente principal es el «Cantar del Mio Cid». Este poema deja escrito que Rodrigo llegó a esta población después de abandonar Castejón y saquear Alcarría (Guadalajara) y el valle del Tajuña. A partir de ese momento, y tal y como explica Alberto Montaner Frutos (de la Universidad de Zaragoza) en su dossier «La toma de Alcocer en su tratamiento literario: un episodio del cantar del Cid», el texto tan solo aporta alguna que otra pista que puede dar idea de dónde se hallaba concretamente la villa de Alcocer.

Así se puede leer en la versión actualizada del «Cantar del Mio Cid» elaborada por Frutos: «Cruzaron los ríos, entraron a Campo Taranz. por esas tierras abajo a toda velocidad, entre Ariza y Cetina mio Cid se fue a albergar; grande es el botín que obtuvo en la zona por donde va. No saben los moros que propósito tendrá. Otro día se puso en marcha mio Cid el de Vivar y pasó frente a Alhama, por la hoz abajo va, pasó por Bubierca y por Ateca, que está adelante, y junto a Alcocer mio Cid iba a acampar». ¿Dónde podría situarse el campo de batalla? En palabras del experto, es difícil saberlo, pues únicamente ubica vagamente la zona mediante algunos «vagos topónimos».

El texto no ahonda demasiado en la construcción del campamento ideado por el Cid para asediar la ciudad. Un emplazamiento del que se dice poco más que se edifica encima de un otero (un pequeño monte) «fuerte e grande» y al cual «agua no le puede faltar» porque «corre cerca el Jalón» (uno de los principales afluentes del Ebro).

En definitiva, se dice que la posición no podía ser mejor, pues contaba con inmediato acceso al líquido elemento y permitía a los sitiadores resistir un posible ataque realizado desde la urbe. Tampoco se explica de forma pormenorizada el tipo de campamento que se crea, del cual únicamente se da alguno que otro detalle: «Bien se planta en el otero, hace firme su acampada, los unos hacia la sierra y los otros hacia el agua. El buen Campeador, que en buena hora ciñó espada, alrededor del otero, muy cerca del agua, a todos sus hombres les mandó hacer una zanja, que ni de día ni de noche por sorpresa les atacaran, que supiesen que mio Cid allí arriba se afincaba».

En los siguientes versos, el cantar explica de forma supina como el Cid actuó como era menester por aquellos tiempos: sitió la ciudad de Alcocer y le solicitó tributos o «parias» a cambio de no atacarla. También hizo lo propio con algunas otras urbes de la zona, como Ateca y Terrer». El Campeador, (recibiendo más oro del que podía soportar su bolsa y atesorando riquezas) se mantuvo frente a las murallas de Alcocer más de dos meses. O, más concretamente, «15 semanas», en palabras del Cantar.

«No es posible creer que el poeta haya querido sugerir que el Cid se comportó de mala fe para con los alcocereños»
No obstante, Frutos hace hincapié en que no hay que llevarse a engaños, y el objetivo último de este guerrero no es otro que terminar conquistando la plaza debido a la supuesta «importancia estratégica» que se le da en el texto.

Con todo, algunos autores como Peter Edward Russell afirman en sus escritos que no hay que entender al Cid como un tirano que pretendía esquilmar la zona para luego conquistarla, sino como un estratega militar que entendía la importancia psicológica de asediar una plaza fuerte: «No es posible creer que el poeta haya querido sugerir que el Cid se comportó de mala fe para con los alcocereños. Parece que introdujo el tema de las parias con el fin de llamar la atención sobre el temor que sentía la guarnición al verse asediada por el Cid, pero sin atender debidamente a las consecuencias jurídicas de dicha introducción».

El plan
A las quince semanas el Cid se hartó de que Alcocer no se rindiese y pasó a la acción. ¿Qué se le pasó por la cabeza? Una curiosa estratagema para hacer salir a los defensores de la ciudad. Ordenó recoger todas las tiendas menos una y fingir una retirada. «La retirada tenía como objetivo desconcertar a los alcocereños e invitarles a aprovechar la situación abandonando el refugio de las murallas», añade el experto. ¿Por qué abandonarían estos la seguridad de su ciudad? Sencillamente, por las ansias de vil metal: las «parias» que el Campeador llevaba acumulando durante más de dos meses.

Así se narra este suceso en la versión modernizada de Frutos del poema: «Él hizo una estratagema, más no lo retrasaba: plantada deja una tienda, las otras se las llevaba, avanzó Jalón abajo con su enseña levantada, con las lorigas puestas y ceñidas las espadas, a guisa de hombre prudente, para llevarlos a una trampa. Lo veían los de Alcocer, ¡Dios, como se jactaban! -Le han faltado a mio Cid el pan y la cebada; las otras apenas se lleva, una tienda deja plantada; mio Cid se va de tal modo cual si en derrota escapara. Vayamos a asaltarlo y obtendremos gran ganancia, antes de que le cojan los de Terrer, si no, no nos darán de ello nada; la tributación cogida devolverá duplicada».

El plan había funcionado. El Cid había logrado que abandonaran la seguridad de su plaza fuerte. A su vez, la suerte le sonrió, pues «con las ansias del botín, de lo otro no piensan nada, dejan abiertas las puertas, las cuales ninguno guarda». De esta forma, el Campeador (cuyas fuerzas eran formadas por unos 300 hombres, atendiendo a las fuentes) solo tuvo que esperar hasta que sus enemigos (la mayoría, según se da a entender, soldados a pie) estuviesen lo suficientemente lejos de las defensas como para no poder retirarse si él iniciaba la carga.

La carga
A partir de este momento, existe cierta controversia en relación a la forma en la que el Cid atacó a los musulmanes. La versión modernizada de Frutos del «Cantar del Mio Cid» explica que cuando «el buen Campeador hacia ellos volvió la cara» y vio que «entre ellos y el castillo el espacio se agrandaba», ordenó girar la bandera, espolear los caballos, y cargar sin ningún pudor a sus hombres contra aquellos «infieles». «¡Heridlos, caballeros, sin ninguna desconfianza! ¡Con la merced del Creador, nuestra es la ganancia!». A partir de ese momento comenzó la verdadera batalla.

Tal y como señala el texto, los jinetes del Cid cargaron, con el Campeador y Álvar Fáñez (uno de los principales capitanes de Rodrigo) en cabeza: «Han chocado con ellos en medio de la explanada, ¡Dios, qué intenso es el gozo durante esta mañana! Mio Cid y Álvar Fáñez adelante espoleaban, tienen buenos caballos, sabed que a su gusto les andan, entre ellos y el castillo entonces entraban. Los vasallos de mio Cid sin piedad les daban». Poco más se dice de la contienda más allá de que cargaron a gritos mientras la retaguardia de los musulmanes trataba de regresar a la seguridad de Alcocer.

«¡Heridlos, caballeros, sin ninguna desconfianza! ¡Con la merced del Creador, nuestra es la ganancia!»
«En poco rato y lugar a trescientos moros matan. Los de delante los dejan, hacia el castillo se tornaban; con las espadas desnudas a la puerta se paraban, luego llegaban los suyos, pues la lucha está ganada. Mio Cid tomó Alcocer sabed, con esta maña». En el Cantar no se habla del número exacto de jinetes que llevaron a cabo el ardid (al menos en estos fragmentos), ni las bajas cristianas, por lo que siempre se ha supuesto que no se había sucedido ninguna. Al menos, en palabras del autor del «Cantar del Mio Cid».

Más allá de esta fuente, han sido muchos los autores que han tratado de explicar de forma pormenorizada cómo es posible que los musulmanes no tuviesen tiempo suficiente para regresar a la seguridad de Alcocer.

En base a los textos originales, Frutos es partidario de que el Cid dividió a sus tropas en dos unidades. La primera, encargada de atacar y entretener a los enemigos. La segunda, con órdenes de tomar la urbe. «El ardid consistía en una huida fingida que atrajera a los alcocereños a la lucha en campo abierto. Cuando esto se consiguió, el Cid y sus tropas dieron media vuelta y, gracias a una maniobra envolvente, obligaron a los musulmanes a permanecer luchando en el campo de batalla mientras la vanguardia del Campeador , encabezada por él y Minaya, se apoderaban de la plaza desguarnecida», explica.

Un final incierto
En todo caso, el Cantar explica que la batalla acabó cuando Pedro Bermúdez, soldado del Cid, puso en la parte más alta de las murallas la bandera de su señor. El Campeador, por su parte, no pudo contener la alegría. Aquella noche, al fin, dejaría la tienda de su campamento en favor de una cómoda habitación. «¡Gracias al Dios del cielo y a todos sus santos, ya mejoraremos el aposento a los dueños y a los caballos!».

«¡Gracias al Dios del cielo y a todos sus santos, ya mejoraremos el aposento a los dueños y a los caballos!»
A su vez, Rodrigo ordenó a sus hombres que no matasen a los prisioneros, pues estaban desarmados.

«Oídme, Álvar Fáñez y todos los caballeros: en este castillo un gran botín tenemos, los moros yacen muertos, vivos a pocos veo; a los moros y moras vender no los podremos, si los descabezamos nada nos ganaremos, acojámoslos dentro, que el señorío tenemos, ocuparemos sus casas y de ellos nos serviremos». La conquista había acabado bien. O eso parecía. Y es que, posteriormente, el señor de Valencia ordenó mandar contra Alcocer 3.000 musulamanes armados. Pero eso, como se suele decir, es otra historia.

Fuente http://www.abc.es/historia/

Atila y los Hunos.

Enlaces:

Breve biografía.

Biografía más completa

Wikipedia

Vídeo introductorio sobre  Hunos.

Obra de Rafael Sanzio: Estancias del Vaticano

File:Leoattila-Raphael.jpg

 

Vídeo del Cid en canal Historia

Boabdil

Artículo buenísimo de este blog:Palabras, palabras, palabras.

Abu ‘Abd Allāh Muhammad (أبو عبد الله محمد), fue un descendiente de la dinastía nazarí nacido en Granada en torno al año 1452.

Abu ‘Abd Allāh, en el habla granadina, debía pronunciarse como Bu Abdal-lah o Bu Abdil-lah y en aquel tiempo era conocido popularmente con el sobrenombre de “el Desdichado”.

Bu Abdil-lah, “el Desdichado” fue el último sultán de Granada.

Los castellanos lo llamaron Boabdil.

Una situación de equilibrio
El Reino de Granada representó durante muchos años la última posibilidad de expansión territorial de los reinos cristianos en la Península Ibérica, de ahí que su caída se ha dado en llamar “el fin de la Reconquista”, proceso histórico de larga duración que había comenzado en el siglo VIII.
La dinastía nazarí
Mientras que los reinos cristianos se habían pacificado y reorganizado, el reino de Granada se enfrentaba a la crisis dinástica de los últimos sultanes nazaríes (llamados “reyes” en las fuentes cristianas), concretada por la lucha de poder entre tres personajes emparentados:

•El Sultán de Granada Muley Hacén (Abu-I-Hasan Ali)
•su hermano Abu ‘Abd Allāh “el Zagal” (Mohámed XIII)
•su hijo Abu ‘Abd Allāh “el Desdichado” (Mohámed XII, Boadbil).
A este último los castellanos añadieron el epíteto de “el Chico” (junior), para distinguirlo de su tío “el Viejo” (senior), así las crónicas castellanas lo llamarían “el Rey Chico”.

Cuenta la leyenda que en una incursión nazarí una noble castellana fue apresada y llevada cautiva a la Alhambra. Se llamaba Isabel de Solís. El Sultán Muley Hacén se enamoró perdidamente de ella. Isabel se convirtió al Islam y adoptó el nombre de Zoraya, convirtiéndose en la esposa favorita del sultán.
Esto provocó el enfado de la Sultana Aixa, madre de Boabdil, que apoyaría a su hijo en la sublevación contra su padre.

Aparte de los enfrentamientos dentro de la familia real, la aristocracia granadina presentaba otras divisiones, como la rivalidad que adquirió tintes legendarios entre la familia de los Zegríes (seguidores del sultán) y la de los Abencerrajes (partidarios de Aixa).
Estos últimos se sublevaron en Málaga en 1473 y fueron duramente reprimidos por Muley Hacén que, según cuenta la leyenda, llamó a los principales miembros del clan (treinta y seis caballeros de la tribu de Aben Hud) a un salón contiguo al Patio de los Leones de la Alhambra y allí los mandó asesinar. Aquel día el agua de los surtidores corrió tintada en sangre y se dice las manchas que existen en el suelo y en la taza de la fuente son restos de la sangre de aquella matanza.
Desde entonces el salón recibe el nombre de “Sala de los Abencerrajes”.

La traición
La cercanía entre Boabdil, la Sultana Aixa y los Abencerrajes era evidente, así como que eran los responsables de las continuas revueltas populares contra el sultán. Esto provocó que el Sultán Muley Hacén encerrara en una torre de la Alhambra a la Sultana Aixa y a su hijo Boabdil, el cual no estuvo mucho tiempo preso, pues las doncellas de su madre le descolgaron de la torre por medio de sus velos y los Abencerrajes, que le aguardaban con caballos en la cuesta del barranco (desde aquel momento llamada cuesta del Rey Chico), le acompañaron primero hasta el alto Albayzín y después hasta Guadix para rehacer el bloque de sus partidarios, volviendo pocos días después y amotinándose en la ciudad provocando sangrientas revueltas.
Las encarnizadas luchas que tenían lugar en las calles sólo fueron detenidas ante la noticia del cerco de Loja por los cristianos, a quienes salió a combatir Muley Hacén junto a su hermano “el Zagal”, previo pacto con Boabdil de que cada cual conservaría sus respectivas posiciones y pretensiones. El pacto fue violado por Boabdil a instancias de su madre; se apoderó de la Alhambra y se proclamó Sultán de Granada.
Pero Muley Hacén y el Zagal aplastaron a los ejércitos cristianos en la comarca de la Axarquía, lo que provocó los celos de Boabdil que se decidió a emularlos asediando la ciudad de Lucena.
Boabdil no solo no pudo entrar en Lucena sino que fue hecho prisionero.

Mientras Muley Hacen recuperaba el trono de Granada, Aixa enviaba a Córdoba una solemne embajada para tratar su rescate, el cual supeditaron los Reyes Católicos a las siguientes condiciones: “Boabdil prometía ser vasallo fiel de los reyes de España, pagarles un tributo anual de 12.000 doblas de oro, poner en libertad a 300 cautivos cristianos, dar paso por sus tierras a las tropas que fuesen a guerrear contra su padre Abul Hassán y su tío el Zagal y presentarse inmediatamente en la corte en cuanto fuese llamado por los Reyes de Castilla”.
Boabdil aceptó.

El fin del Reino
Regresó Boabdil a Granada donde fue proclamado sultán por los Abencerrajes. Los Zegríes se opusieron enérgicamente, hasta que, después de dos días de violentos combates, la intervención de los principales jefes logró que Boabdil aceptara establecerse como sultán en Almería con sus partidarios. Esto favoreció a los Reyes Católicos para ir prosiguiendo la conquista del Reino de Granada, mientras que, después de su humillante tratado con el Rey Católico, Boabdil perdió todo su anterior prestigio, sin que las intrigas de su madre lograran conservar entre sus partidarios más que al pueblo más llano, pues el resto de sus compatriotas le despreciaron por renegado y vasallo del rey cristiano.

Muley Hacen, viejo y ciego, abdicó a favor de su hermano el Zagal, muriendo al poco tiempo. La abdicación trajo nuevos enfrentamientos. Se extendieron las revueltas por todo el reino hasta que se pactó la división del mismo entre los dos caudillos, acordando residir ambos en Granada; en la Alhambra, el Zagal, y en el palacio del Albaycin, Boabdil.

El rey Fernando advirtió a Boabdil que los tratos que éste había tenido con el Zagal debían ser considerados como una confederación contra Castilla, por lo que cesaba la amistad que entre ellos había mediado. Tras ello el ejército cristiano puso sitio a la ciudad de Loja, perteneciente a Boabdil, quien salió a defenderla, perdiéndola, siendo herido en combate y capturado. Volvió a pactar con los Reyes Católicos a cambio de el título de Duque o Marqués de Guadix y el señorío de esta ciudad. Desde entonces no pasó día sin que ocurrieran en las calles y en la Vega de Granada sangrientos combates entre los partidarios de Boabdil y El Zagal, hasta que la noticia del cerco puesto a Vélez Málaga por los cristianos aterró a los granadinos, quienes suspendieron las discordias, marchando el Zagal en socorro de la plaza. Una vez más Boabdil aprovechó su ausencia para apoderarse de la Alhambra y de las demás fortalezas de la ciudad proclamándose único emir.
Esta vez el Zagal fue derrotado y se retiró a Guadix, que con Almería, Baza y alguna otra población aun le permanecían fieles, hostigando desde allí a los ejércitos cristianos hasta diciembre de 1489, año en que cayó Baza.
Los Reyes Católicos pusieron sitio a Granada desde el Real de Santa Fe que a la postre trajo la celebración de las Capitulaciones y la entrega de la ciudad por Boabdil, que se consumó el día 2 de enero de 1492.

Boabdil, que en un principio continuó residiendo en los palacios de la Alhambra, abandonó la ciudad tomando el camino de su exilio en las Alpujarras.
Según una extendida leyenda, al salir de Granada coronando una colina volvió la cabeza para ver su ciudad por última vez. Y lloró. Su madre le dijo:

No llores como una mujer lo que no supiste defender como un hombre”.

Esa colina recibe el nombre de El Suspiro del Moro.

Bu Abdil-lah “el Desdichado” jamás volvería a ver la Alhambra.

Leonor de Plantagenet. Reina de Castilla

LEONOR DE PLANTAGENET (1156-1214)

Hija de Enrique II de Inglaterra, casado con Leonor de Aquitania, los hermanos de la princesa Leonor eran Enrique “el Joven”, Ricardo “Corazón de León” que caso con Berenguela de Navarra, Godofredo, Juan “sin Tierra”, Matilde, que caso con Enrique de Sajonia, Juana de Sicilia Tolousse. El padre de la princesa Leonor, era apasionado por la caza igual que lo había sido su abuelo Godofredo que, al llevar siempre en el sombrero una planta, tomo el nombre de Plantagenet. La madre, era hija de Guillermo IX, ultimo duque de Normandia, y poseía los titulo de duquesa de Normandia, Gascuña y Condesa de Poitiers. Se había casado de primero con Luís VIII de Francia en 1152, y en ese mismo año fue anulado el matrimonio por parentesco.
Dña. Leonor De Aquitania, conspiro contra su marido Enrique, y fue encerrada en Francia, lo que no evito sus manejos y que pudiera casar a su hija con el Rey Alfonso VIII de Castilla, el de las Navas. El rey Alfonso VIII (con 15 años), que estaba en Zaragoza junto al rey de Aragón, envió a Burdeos una rica embajada (compuesta por condes, obispos y nobles señores de Castilla) para recoger a una Leonor de nueve años,princesa de Inglaterra, tras haber pedido su mano.

Se casaron en Tarazona en 1170, aporto en dote a su esposo el ducado de Gascuña y recibió en arras de Alfonso VIII numerosas villas y lugares castellanos; en 1180 mandaron iniciar la construcción del monasterio de las Huelgas. La reina Leonor de Castilla, fue una mujer tolerante y comprensiva. Su influencia política y cultural sobre Alfonso VIII fue notable. Trajo a Castilla cantidad de juglares y trovadores a los que siempre mimó. Su carácter dulce conquisto al rey, a pesar de que éste sentía verdadera pasión por la hermosa Raquel, hebrea que acabo asesinada por los nobles que atribuían a su nefasta influencia, la debilidad del monarca y su derrota en Alarcos frente a los almohades.Tras este horrendo episodio, Alfonso se dedico a ella y tuvieron hasta 15 hijos, destacando dos reinas celebres, Berenguela la Grande, y Blanca de Castilla, cuyos hijos respectivos fueron nada menos que Fernando III el Santo y San Luís de Francia.

Cuando Alfonso VIII murió, ella sufrió tal quebranto que le siguió al sepulcro 15 días después. Fue enterrada en el Monasterio de las Huelgas de Burgos que ella había fundado, y desde entonces se convirtió en panteón de los reyes castellanos.

Este monasterio se situó en el lugar  elegido por el rey Alfonso VIII y su esposa Leonor de Plantagenet para levantar un monasterio cisterciense femenino que se fundó en junio de 1187.Fue la reina Leonor quien puso mayor empeño en conseguir esta fundación con el fin de que las mujeres pudieran alcanzar los mismos niveles de mando y responsabilidad que los hombres, al menos dentro de la vida monástica. Elevaron al papa Clemente III la petición para fundar y consagrar el nuevo monasterio, petición que fue concedida de inmediato. Los reyes donaron cerca de cincuenta lugares cuyas tierras constituyeron desde el principio un importante patrimonio que se multiplicaría con el tiempo. Se conserva la carta fundacional del rey que empieza diciendo:

Yo, Alfonso, por la gracia de Dios, rey de Castilla y Toledo, y mi mujer, la reina doña Leonor…

Sobre la leyenda del amor de Alfonso VIII y una judía, se ha escrito una novela histórica titulada: la judía de toledo. Obra de FEUCHTWANGER, LION, EDITORIAL EDAF, S.A.

Enlace Wikipedia

Sancho III el Mayor

(Sancho Garcés) Rey de Pamplona que unificó temporalmente la España cristiana (?, h. 992 – ?, Navarra, 1035). Era hijo de García Sánchez, el Trémulo, a quien sucedió en el Trono en el año 1000, inicialmente bajo un consejo de regencia.

Aprovechando la desintegración del Califato de Córdoba, dirigió toda su atención hacia la unificación de los principados cristianos de la península Ibérica y algunos del otro lado de los Pirineos: siguiendo las ideas feudales dominantes en la Europa del siglo XI, estableció una red de relaciones de vasallaje y parentesco que le hizo rey -teóricamente- de un extenso territorio que iba «desde Zamora hasta Barcelona», incluyendo Gascuña.

Se casó con la hija del conde de Castilla en 1010, lo cual facilitó un acuerdo favorable sobre las fronteras entre ambos estados (1016). Anexionó a su reino los condados de Sobrarbe y Ribagorza, alegando derechos dinásticos para intervenir en sus conflictos internos contra las pretensiones del conde de Barcelona (1019). Más tarde sometió también a este último a vasallaje, a cambio de la ayuda prestada en el conflicto contra su propia madre (hacia 1023). Por las mismas fechas, el apoyo al conde de Gascuña en su lucha contra el Condado de Toulouse, le proporcionó al rey de Pamplona el vizcondado del Labourd y el vasallaje de Gascuña (que teóricamente heredó Sancho al morir el conde, que era su tío).

Biografía en Arteguías

Almanzor

Almogávares.

Enlace Wikipedia.

Interesante enlace de SM.

Enlace con información escueta.

 

 

El Cid.

elcidEnlace de la Junta de Castilla y León. Muy interesante.

Arteguías.

Blog exclusivamente dedicado al Cid.

Fernán González.

De  Biografías y Vidas.- (?-Burgos, 970) Primer conde independiente de Castilla (930-970). Personaje teñido de tintes legendarios, poco se sabe de su origen, salvo que era miembro de la influyente familia de los Lara. Con el tiempo, se convirtió en uno de los nobles más poderosos del reino leonés, y reunió en sus manos importantes territorios en la parte oriental del reino de Ramiro II. Tuvo un papel destacado en la batalla de Simancas (939), y a continuación conquistó Sepúlveda y la repobló.

Viendo su poder acrecentado, empezó a actuar de manera cada vez más independiente de su señor, y, siguiendo esta política, se casó con Sancha, hermana del rey de Navarra García Sánchez I. Ante esto, Ramiro II le hizo encarcelar en el 944, y lo mantuvo retenido durante tres años, hasta que Fernán González se avino a renovarle su juramento de fidelidad.

Muerto Ramiro II en el 951, el reino de León quedó sumido en una crisis dinástica que Fernán González supo aprovechar en su favor. Inicialmente apoyó las reclamaciones de Sancho contra su hermano Ordoño III, pero al no prosperar su causa se vio obligado a reconocer a Ordoño como rey. La temprana muerte de éste permitió al castellano recuperar su capacidad de maniobra, aunque en esta ocasión no apoyó las pretensiones de su antiguo aliado, el rey Sancho, si no que se alineó con el hijo de Ordoño III, Ordoño IV.

Enlaces  Wikipedia y Artehistoria.

Poema de Fernán González. fijación histórica.

Blog dedicado exclusivamente a este personaje.