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Moneda: Dinero de Alfonso VI

Monedas castellano-leonesas.

Las monedas medievales castellano-leonesas tienen su comienzo tras la conquista de Toledo en el año 1085 por parte de Alfonso VI.
Desde el principio las acuñaciones se realizan en vellón (aleación de plata y cobre) en una riqueza que variará dependiendo de cada emisión. A partir de ese momento y hasta el final del reinado de Enrique IV, en 1474, pueden diferenciarse tres períodos estilísticos que no coinciden necesariamente con las distintas etapas económicas.
El primer período de ellos comienza con Alfonso VI y concluye con Alfonso VII (1085-1157). Nos encontramos con una variadísima etapa en la que la figura predominante es una cruz y el estilo es un bello románico puro. Además de la cruz, encontramos crismones, leones o los primeros retratos, entre otros muchos otros motivos iconográficos.
Tras la muerte de Alfonso VII y hasta el reinado de Alfonso X (1157-1252) se desarrolla una segunda etapa en la que lo característico es la división de los reinos de Castilla y León. Mientras que en Castilla se destacan los bustos reales y los castillos como principales motivos, en León serán las cruces y los leones las principales figuras representadas. En ambos se aprecia un estilo románico evolucionando hacia el gótico.
Por último, desde Alfonso X y hasta Enrique IV (1252-1474) las monedas expresarán tres motivos fundamentales, a saber, los bustos reales, los castillos y los leones, los últimos como expresión de los dos reinos. Dentro de este extenso período se diferencian dos momentos. Así, mientras que las monedas de los siglos XIII y XIV se caracterizan por su estilo gótico puro, las del siglo XV pueden considerarse como de gótico flamígero.
Pero además de vellón, los reyes medievales castellanos acuñaron también en oro y plata de ley. Entre 1172 y 1215 es característica la acuñación en oro de una moneda de tipos arábigos denominada maravedí y con un peso de 3’85 g. Sin embargo, las emisiones no se producirán regularmente sino desde 1270, siendo las más “abundantes” las doblas de 4’54 g labradas por Pedro I (1345-1360) y Juan II (1406-1454).
Por lo que se refiere a la moneda de plata de ley, se fabrica durante el reinado de Alfonso X (entre 1263 y 1277) y, sobre todo, a partir del reinado de Pedro I; momento en que hacen su aparición los reales de 3’45 g que se acuñarán hasta Enrique IV.

(Real de Enrique II)
Por lo que se refiere al lugar de fabricación, las casas de moneda o cecas más importantes de la Edad Media castellano-leonesa son las de Toledo (entre 1086 y 1474), Santiago de Compostela (entre 1100 y 1256, como máximo), León (entre 1100 y 1390), Burgos (desde 1100, aproximadamente, y hasta 1474), Segovia (entre 1100 y 1256, aproximadamente, y a partir del reinado de Enrique IV), Cuenca (entre 1178 y 1474), La Coruña (desde 1210, aproximadamente, hasta 1474) y Sevilla (entre 1263 y 1474), continuando algunas de ellas sus emisiones tras el acceso al poder de Isabel I.
Además de ellas, son relevantes las acuñaciones de Palencia, Salamanca, Lugo y Zamora, todas en el siglo XII y la última, además, en el XIV; Murcia, durante el XIII; y Ávila, durante los reinados de Alfonso X y Enrique IV. Estas ciudades no fueron las únicas en acuñar. Así, a finales del siglo XII se labra moneda en más de 20 cecas, y en tiempos de Enrique IV se refiere la exagerada cifra de más de 150 casas de moneda que acuñarían simultáneamente.

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Numismática árabe. La acuñación de los pueblos árabes, consecuente a la expansión del Islam, fue en sus primeros años una copia de las monedas de los pueblos vecinos, y así los tipos árabe-bizantino y árabe-sasánida son los dos grupos de amonedación árabe más antiguos. Los primeros califas acuñan con tipo bizantino de imitación y también las primeras monedas árabes de al-Andalus son copia de los sólidos globulares de Bizancio, a veces incluso con leyenda latina y fechas por indicción. Las tres especies fundamentales de los musulmanes son: el dinar para el oro, el dirhem para la plata y el felús para el bronce. Se atribuye al califa omeya `Abd al-Malik, en los a. 684-705, el haber sido el organizador de los tipos de la moneda árabe, sin ninguna figuración personal, en armonía con los preceptos del Corán, siendo aceptado el tipo de moneda abbasí por todos los países del Islam salvo en al-Andalus y alguna acuñación de Asia Menor. Con Abderramán III tenemos ya en la Península una completa representación de la moneda en los tres metales, llegando después la moneda almorávide (1056-1146) con los famosos morabetinos o maravedís, que se copian por algunos reyes cristianos. En 1161 se impone la moneda de los nuevos invasores, los almohades, que, siguiendo el modelo general de los soberanos hafsíes, acuñan las doblas con peso de 4,50 g., con un cuadrado central inserto en el círculo y leyendas incluso en los segmentos. Las leyendas en todas las monedas árabes son de tipo religioso, copian diversas suras del Corán y datan las emisiones por años de la Hégira así como el lugar de la acuñación o ceca monetaria.
Numismática medieval. La caída del Imperio romano y la invasión de las tribus bárbaras por Occidente producen un fenómeno de casi absoluta desaparición de la moneda, con la excepción del mundo bizantino y árabe. Cuando se acuña por los demás pueblos, se hace copiando tipos bizantinos, como ocurre con los merovingios, ostrogodos y visigodos. El feudalismo medieval, para llenar el vacío, crea el dinero de plata o de vellón, reminiscencia del denario romano, y es Carlomagno quien instaura un sistema monetario propio, el primero típicamente medieval. Al lado de la emisión real aparece la feudal, independientes entre sí. El sistema metrológico es el de la libra y el sueldo como unidades de cuenta, y el dinero y su mitad el óbolo como monedas efectivas. En España, la N. medieval de Castilla se inicia con Alfonso VI, que utiliza tipos de ascendencia franca, en sus dineros y óbolos, extendiéndose los talleres monetarios al compás de la Reconquista, como se aprecia con Alfonso VII y VIII. En cambio, las monedas de oro continúan siendo romanas o árabes, como en tiempos de Alfonso VIII, cuando se copian los dinares almorávides coetáneos, de donde se deriva la voz maravedí.
      El sistema con base en el dinero sufre grandes variaciones en los siglos siguientes; aparecen el real de plata, y una serie de emisiones entremezcladas de muy difícil investigación exacta, y sobre todo de fijación de equivalencias, ya que fluctuaban continuamente. Así encontramos en documentos de la época las voces: cornados, blancas, novenes, seisenes, quincenes, etc., que corresponden a monedas efectivas de diferentes reinados y épocas. Los Reyes Católicos son los reformadores de este caótico monedaje, y los que consiguieron poner fin a la anarquía monetal en España. La unidad es el real de plata con múltiplos de dos, cuatro y ocho reales, que sólo se acuñan en los reinados siguientes. En el oro se acuña el llamado excelente de la granada, a partir de 1497.

Monedas

La universal utilización y demanda de monedas de oro y plata se debe a que satisfacían perfectamente las necesidades de un sistema monetario práctico mejor que cualquier otro artículo. Estos metales preciosos, limitados y con altos costes de extracción, siempre tuvieron una elevada equivalencia en mercancías. El alto valor de cambio del oro y la plata significaba que el volumen físico de una cantidad de valor muy elevada sería mínimo, lo que contribuiría a facilitar el transporte y almacenaje, y aumentaría su utilización en el comercio internacional o entre regiones muy distantes. Para su mejor conservación comenzaron a hacerse aleaciones con otros metales; así, la ley de una moneda es la proporción de metal precioso que contiene en relación con su peso total. Junto a las monedas de oro o plata se desarrollaron las de metal vil, como el cobre, cuya aleación con plata recibirá el nombre de vellón. Naturalmente, el vellón era una moneda cuya validez se limitaba, en principio, al territorio en que era acuñado. Entre diversos países se utilizaba exclusivamente la moneda de oro o plata, lo mismo que ocurría, dentro de un mismo reino o territorio, cuando se trataba de cantidades importantes. Las monedas de vellón dominaban en cambio las transacciones menudas, que eran las habituales entre la población. La existencia de dos tipos básicos de moneda: la de metal precioso y el vellón, compuesto fundamentalmente de un metal vil, como era el cobre, hacía que, mientras las monedas de oro o plata, con independencia de su valor de cambio, se aceptaban por su valor intrínseco, las de vellón se cambiaban con las otras en la medida en que la cantidad circulante no fuera excesiva y la ley de las monedas de vellón se mantuviera estable. Si no ocurría así y se acuñaba mucho más vellón o se reducía su cantidad de plata, o su peso, tales monedas se depreciaban en relación con las otras, y aparecía el llamado ‘premio’ o cantidad adicional que el poseedor de moneda de oro o plata exigía por cambiarla por las de vellón. Desde la baja edad media, con los comienzos del capitalismo, comenzaron a utilizarse medios de pago no monetarios, como las letras de cambio, que en las grandes transacciones mercantiles evitaban el transporte continuo de oro o plata y los riesgos inherentes al mismo. Moneda medieval Durante la alta edad media, y debido a su economía primordialmente autárquica, apenas hubo circulación monetaria. La evolución hacia una economía de carácter comercial permitió el desarrollo de los intercambios, lo que exigió una mayor acuñación de metales preciosos. Durante los siglos VIII y IX, la circulación monetaria fue escasa. Los reyes de Asturias y los de León no hicieron acuñaciones propias y en los condados catalanes se adoptó el sistema monetario Carolingio basado en la plata. A partir del siglo XI, el desarrollo económico que se produjo en los reinos cristianos peninsulares, al igual que ocurrió en toda Europa, permitió un incremento de las actividades comerciales y la utilización de la moneda como medio de pago comenzó a ser frecuente. Además, la sustitución del califato de Córdoba en 1031 por los reinos de taifas facilitó a los reinos cristianos un sistema de explotación financiera basado en las parias, tributos que pagaban los musulmanes en moneda de oro (dinares o metcales) y de plata (dirhemes). A partir de ese momento, todos los príncipes hispanocristianos comenzaron a acuñar moneda propia. En los reinos de Castilla y León, el sistema monetario utilizado se inspiró en el de al-Andalus. El monarca castellano-leonés Alfonso VI fue probablemente el primer rey que acuñó moneda propia. Este monarca fundó una ceca o casa de la moneda en Toledo y otra en León, donde se acuñaba moneda regis o denarios regis, moneda de vellón acuñada con la plata procedente de las parias musulmanas mezclada con una cierta cantidad de cobre. Sin embargo, lo normal era imitar la moneda musulmana, de forma que durante este reinado circularon también los dirhemes de plata. Aunque la acuñación de moneda era un derecho regio, algunos grandes señores, como el obispo de Santiago de Compostela, Diego Gelmírez, obtuvieron por privilegio del Rey, en 1107, el derecho de acuñación. A partir de la cuarta década del siglo XII, el papel del oro almorávide fue decisivo. El sistema monetario musulmán, basado en el oro, fue el que se adoptó en Castilla y León, donde el dinar almorávide pasó a ser la base del sistema monetario cristiano. Fue Alfonso VIII quien, a partir de 1172, acuñó la primera moneda de oro autóctona castellana, el maravedí de oro, que imitaba los dinares almorávides. También durante el siglo XII continuó la acuñación de dineros de vellón, lo cual facilitó la utilización de la moneda por un mayor número de individuos. Durante el siglo XIII, el maravedí de oro dejó de acuñarse y fue Fernando III el Santo (en cuya persona tuvo lugar la definitiva creación de la Corona de Castilla) quien emitió una nueva moneda de oro, la dobla o castellano, basado en el dinar acuñado por los almohades. A partir de este momento, el maravedí de oro se convirtió en moneda de cuenta o imaginaria, y la dobla fue la pieza básica del sistema castellano. Esta moneda se acuñó abundantemente durante los siglos XIV y XV con una calidad excelente, llegando a equivaler en 1480 a cuatrocientos ochenta maravedís. Por su parte, desde el siglo XIII los intercambios menores se realizaron con moneda de vellón o con monedas acuñadas en plata. Con este último metal, Alfonso IX acuñó pepiones y Fernando III los llamados ‘dineros burgaleses’. Alfonso X el Sabio, en un intento de mejorar su situación financiera, acuñó en plata el ‘maravedí blanco’ y en vellón los llamados ‘dineros prietos’ y ‘dineros alfonsíes’. Pedro I intentó convertir la plata en patrón del sistema monetario y acuñó el ‘real’. Enrique III emitió la ‘blanca’, moneda de vellón de la que existieron numerosas variantes. En definitiva, durante los siglos XIII y XIV no hubo escasez de metales preciosos, aunque ello no impidió una inestabilidad monetaria, sobre todo entre 1252 y 1286, a consecuencia de la conquista andaluza, lo que provocó fuertes devaluaciones monetarias. Desde 1350 hasta el reinado de los Reyes Católicos, el sistema monetario en la Corona de Castilla se basó en las doblas (oro), reales (plata) y las diversas monedas de vellón. En el ámbito navarro y catalanoaragonés se adoptó el sistema Carolingio, basado en el monometalismo de la plata. La unión de los reinos de Navarra y Aragón en 1076 incrementó la percepción de las parias procedentes de los musulmanes y aumentó la circulación monetaria. Durante los siglos XI y XII, la unidad de cuenta fue el ‘sueldo’, mientras que se usó como moneda efectiva el denario o dinero. El oro se acuñó esporádicamente en el condado de Barcelona con los condes Berenguer Ramón I y Ramón Berenguer I, recibiendo el nombre de ‘mancus’. Una vez creada la Corona de Aragón, la apertura de los comerciantes catalanes hacia el Mediterráneo necesitó de una moneda fuerte. Fue Jaime I el Conquistador quien acuñó en plata el ‘denario grossos’ o ‘gros’, que equivalía a doce denarios y medio. Inspirado en esta moneda, Pedro III acuñó un nuevo dinero cuya marca característica era una cruz y que se conocía como el ‘croat’. El croat se convirtió en el símbolo monetario de un periodo de brillantez económica, pero pronto fue necesario introducir el oro en el sistema monetario catalán y emplear una moneda aceptada en los circuitos comerciales mediterráneos. Por ello, Pedro IV cambió el patrón plata por el oro y acuñó el ‘florín de oro’, que imitaba la moneda de Florencia. Las crisis de la segunda mitad del siglo XIV provocaron numerosas devaluaciones de dicha moneda, por lo que la burguesía catalana volvió a recuperar su confianza en el croat, revaluándose la plata. Durante el siglo XV, lo más característico de estos núcleos orientales de la península Ibérica fue la fuga de moneda de oro y plata al extranjero, junto con una invasión de moneda francesa, fundamentalmente escudos y blancas. Moneda moderna Con los Reyes Católicos, en el arranque de la edad moderna, se inició la homogeneización del sistema monetario peninsular, a partir del modelo aportado por la economía más fuerte: la de la Corona de Castilla. Cada uno de los reinos no castellanos continuó teniendo sus monedas. Pero, en 1497, el patrón básico del sistema se fijó en torno al ‘excelente’ (de oro y llamado ducado desde 1504), el real (plata) y la blanca (vellón). La unidad de cuenta castellana, el maravedí, establecía la relación entre los diferentes tipos de monedas: el ducado valía 375 maravedís, el real 34 y la blanca 2’5. A partir de tales equivalencias, se acuñaron monedas diversas: de dos, cuatro o más ducados; los reales y sus múltiplos —el mayor de los cuales era el real de a ocho— o fracciones, como los medios reales; y otra serie de monedas de vellón

Trueque

En la antigua sociedad feudal el dinero tenia muy poco lugar en la vida económica y se trataba de una economía de consumo en la cual cada villa o aldea se abastecía totalmente.El trueque es un sistema muy común, y lo seguirá siendo hasta el Renacimiento pleno, cuando la moneda se vuelva de nuevo de uso corriente y se nacionalice la acuñación. El trueque es especialmente común en las zonas más aisladas de Europa, en mercados y ferias de villas y pueblos, en el mercado comunal de la ciudad, entre particulares de la plebe y en muchos casos entre artesanos. No había leyes de fijación de precio para el trueque, así que el sistema se basaba en un regateo continuo, y el producto propio se trocaba con el que ofreceria la mejor oferta, o el que trocara el producto necesitado.Por ello uno de los inconvenientes era que el valor del intercambio no era equitativo, eran de tanta dificultad que los labriegos tenia que buscarse con quien hacer trueque y suplir su necesidad primaria, por eso se introdujo el dinero como medio de cambio, era aceptable para todos, se podía cambiar en cualquier instante y por cualquier cosa. Al generalizarse el uso del dinero aquello que fuera una transacción simple se convierte en una transacción doble, gracias a la introducción del mismo, se ahorraba tiempo y esfuerzo estimulando en gran medida el comercio.

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Los monarcas eran los encargados de controlar la emisión y diseño de la moneda, que a menudo plasmaba con la imagen iconográfica el mensaje propagandístico, político o religioso que interesaba difundir entre el pueblo. Sin embargo, cuando convenía, la iconografía se ponía al servicio del marketing (una disciplina tan antigua como la humanidad) para adaptarla a los intereses económicos. Así, por ejemplo, cuando a los cristianos les interesó establecer relaciones comerciales con los musulmanes acuñaron monedas que copiaban su escritura, símbolos y motivos, y así evitaron ser rechazados.

La simbología, no obstante, no atendía solo a la cultura, sino también a los territorios que formaban parte de una misma cultura. Por ejemplo, si un día está de suerte y se encuentra enterrada una moneda con una flor grabada ha de saber que ha encontrado seguramente una moneda medieval de Florencia. Y si en lugar de una flor lleva dibujada una puerta, es muy probable que se trate de un hallazgo procedente de Génova.

Por aquella época las monedas eran fabricadas a golpe de martillo sobre unos cuños, un tipo de troquel cuyo extremo tenía dibujado aquello que se quería marcar en la moneda. El dibujo, escudo, inicial o rostro grabado era decisión del monarca, que con un decreto monetario especificaba el contenido e incluía un boceto.A veces, sin embargo, en el territorio escaseaban las minas para obtener el mineral con que se acuñaban las monedas y la solución que aplicaban era la fundición de objetos de plata o de oro, como candelabros, para obtener la materia prima necesaria.

Aún así, la historia ha demostrado que la falta de minerales y materiales no ha frenado el protagonismo de la moneda en el comercio y vida cotidiana de las personas. Ni de su uso fraudulento. En la Edad Media era común la falsificación del dinero y durante muchos siglos fue habitual recortar los bordes de las monedas para después vender los trocitos de plata o de oro. Aunque se arriesgaban a ser condenados a muerte, la práctica llegó a ser tan extendida que obligó a los reinados de algunas épocas a idear sistemas para combatirla, como es el caso de la balanza de monedas para confirmar la autenticidad a través del peso.

Generalmente, los sistemas monetarios europeos se basaban en la dualidad entre moneda real y moneda imaginaria o de cuenta.

Uso de la moneda. Manipulaciones y letra de cambio

En la Edad Media, la escasez de metales preciosos llevaba a los reyes u otras autoridades acuñadoras de moneda, a practicar manipulaciones monetarias, inconfesadas o públicas. Como que la emisión y el curso legal de la moneda están en manos de las autoridades del lugar, estas pueden hacer que el valor nominal y legal de las piezas de moneda no corresponda a su valor real en metal -ya sea acuñando nueva moneda con el mismo valor nominal, pero que contenga menos cantidad de metal o bien, sea aumentando oficial y artificialmente el valor nominal de las piezas en circulación-. Por este procedimiento la autoridad acuñadora podía realizar sus pagos utilizando una menor cantidad de metal. Estas prácticas fueron corrientes durante toda la Baja Edad Media:los Tesoros reales se endeudaban casi permanentemente y encontraban en este artificio monetario una solución a sus problemas. Pero esta solución solo era momentánea, ya que la consecuencia inevitable de las manipulaciones monetarias era el alza de precios y salarios, alza que agravaba nuevamente la situación monetaria del Estado, que tenía, así, que proceder a nuevas manipulaciones, iniciando un ciclo infernal. Pero los mas perjudicados eran siempre las clases populares, que no tenían suficiente poder de compra para hacer frente a las alzas de precios y que tampoco tenían la capacidad de manipular la moneda que les era impuesta. De cara a nuestro análisis, el que nos interesa destacar ahora, es que las manipulaciones monetarias de la Edad Media abren la brecha que empieza a separar el valor real de la moneda metálica concreta del valor monetario que se le atribuye artificialmente, en función de las necesidades de la vida utilitaria. Con el descubrimiento de América, con sus importantes minas de metales preciosos y tesoros para saquear, parece que la penuria de metales se ha de terminar. Pero esta finalización es solo relativa, ya que el final de la Edad Media ha visto un enorme desarrollo de las relaciones comerciales y por lo tanto, de las necesidades de moneda. Así, los banqueros de esta época han inventado una nueva práctica para suplir la escasez de metal: nos referimos a la letra de cambio. En un principio, la letra de cambio es únicamente un medio para saldar deudas a distancia, para evitar los peligros del transporte de metal: el comerciante de Barcelona puede pagar a su proveedor de Génova mediante una letra -una carta- que éste podrá convertir en dinero metálico presentándola a su banquero, ya que el banquero de Génova y el del comerciante de Barcelona están en contacto.